martes, 26 de abril de 2022

Cuento con Narrador Interno

 Los Alacranes

Milagros Benito Mugnolo 

Era el año 1988, yo recién me había cambiado de colegio y nunca es fácil hacer amigos siendo el nuevo, mucho menos cuando tus compañeros habían estado todo el primario juntos y vos entrabas recién en el secundario. Todos parecían tener una complicidad que yo nunca logre comprender. Me mudaba mucho, mi papá trabajaba en un banco y cada vez que lo cambiaban de locación toda la familia se tenía que ir con él. No sé si mis hermanas o mi mamá se sentían igual de mal que yo, en esa época no se hablaba tanto de los sentimientos como ahora, pero yo me sentía fatal. Cada vez que tenía que armar las valijas para dejar el pueblo en el que estemos viviendo era como dejar mi vida atrás. Siempre fui muy tímido, si ahora me cuesta hacerme amigos, de chico era mucho peor. Las inseguridades de cualquier niño, sumadas a que los otros chicos me tomaban de punto no eran la receta perfecta para dejar mi timidez atrás. Entonces, para mí un amigo era el equivalente a un tesoro lleno de oro. Nunca duraban mucho estos amigos. Era como si el banco en el que trabajaba mi papa me espiase y cada vez que yo formaba un vínculo lo cambiaran de sucursal, específicamente para hacerme sufrir a mí. Hoy en día sé que ese no es el caso, que probablemente ni sabían cómo estaba conformada mi familia. 

Volviendo al tema del colegio, este no quedaba en un pueblo como otros a los que fui. Este quedaba en Moreno, y al ser un barrio en el conurbano bonaerense significaba que al menos pasaba más desapercibido que en los pueblos, había más gente. Esto me hacía sentir más protegido, podía pensar que a lo mejor las cargadas eran para otro, a lo mejor nadie notaba que comía solo o que la profesora me tenía que meter en un grupo en los trabajos práctico, porque nadie me incluía y a mí me costaba mucho meterme en un grupo por mi cuenta. Este factor me ayudo un poco, conseguí dos amigos más rápido que otras veces. Mi primer amigo me lo hice dos meses después de entrar al colegio, en un recreo que los varones fueron a jugar al futbol y les faltaba un jugador para hacer dos equipos iguales. Me acuerdo que me llamo un chico muy alto y flaquito por mi nombre, tenía la cabeza llena de rulos y venia masticando un chicle. Todos le decía Lucho, no porque su nombre fuese Luciano (se llamaba Manuel) sino que era un diminutivo de "Larguilucho."

 

-Escucha, nos falta un jugador para hacer la partida pareja, ¿vos jugas?- me dijo Lucho.

 

-Si, obvio. Voy a necesitar que me digan quienes son mis compas de quipo, nada más. Todavía no cacho bien eso...- respondí. Lucho me mostro a todos los chicos uno por uno, y me dijo que los que estaban en mi equipo tenían un alacrán dibujado con fibra en el brazo. Era época de alacranes en la provincia de Buenos Aires, lo había escuchado en la radio. Me dibujaron un alacrán a mí en el brazo y jugamos al futbol todos juntos. Di lo mejor de mí, quería integrarme bien. 

 

-Jugas bien, pibe- me dijo Lucho cuando toco el timbre, mientras volvíamos al aula. Me reí y le di las gracias. 

 

A partir de ese día no comí más solo. Lucho y yo nos hicimos mejores amigos, y él me presento a su amigo del A. Le decían El Chori, porque su papá tenía una carnicería, pero se llamaba Juan. Lucho, Juan y yo rotábamos casa, y todos los días merendábamos juntos. Formamos una amistad re unida. Uno de esos días Lucho nos contó algo que me dejo con la sangre helada:

-¿Vieron eso de que hay escorpiones en la escuela?- dijo de manera casual, mientras se llevaba la taza de café con leche a los labios para bajar el buñuelo de manzana casero hecho por mi mamá.

Yo nunca les había contado, pero les tenía bastante miedo a los escorpiones. Una vez había visto en una revista de ciencias naturales que con una picadura te pueden matar y desde entonces que les tengo miedo. Les iba a contar este dato y el miedo que me genera, pero Juan se me adelanto. 

- Ah no, entonces yo no voy más al colegio hasta que el problema se solucione.  Y tampoco hago la tarea, como forma de huelga pacifica- dijo con una sonrisa pícara en la cara.

-Vos usas cualquier excusa para rascarte a cuatro manos. Además, como si cambiara mucho, sí nunca haces nada- le contesto Lucho haciéndonos reír a todos. 

Hicimos un poco de tarea juntos y los chicos se tuvieron que ir. Habíamos quedado en quedarnos más tiempo al día siguiente en el colegio, queríamos ver si encontrábamos algún alacrán. 

 

Al día siguiente Juan se apareció con pala "anti-alacranes", como la llamada él. Hacía mucho calor para que la esté cargando, pero la trajo de todas formas. Ese día jugamos al futbol en el último recreo, otra vez me toco ser equipo "alacranes", pero esta vez jugué contra mis amigos. Cuando termino el partido y todos se empezaron a ir, nosotros nos escondimos en los baños.

- Creo que ya no queda nadie, vamos- dijo Lucho.

Empezamos a caminar por la escuela los 3, haciéndonos chistes y dándonos sustos entre nosotros. Yo tenía una linterna y alumbraba nuestro camino en las partes más oscuras del colegio y Juan tenía la pala para aplastarlos, Lucho había sido el único que no vino preparado. 

-¡Ahí, miren!- dijo Lucho. Esta vez no era un chiste, había dos alacranes en una esquina. Parecían estar peleando, pero cuando los alumbre con mi linterna pararon y nos miraron fijo. Un escalofrió recorrió mi cuerpo. Empezaron a caminar hacia nosotros

- ¡Corran!- grito Juan y empezó a correr. Lucho y yo corrimos detrás de él, empezamos a ir hacia la salida. Cuando me di vuelta para ver si todavía estaban detrás nuestro me di cuenta que se habían multiplicado. Eran muchos más que dos, debían ser mínimo doce. 

-Chicos, hay más alacranes siguiéndonos. Corran más rápido o no la contamos. - Dije, esto hizo que miren para atrás. Vi el miedo en sus caras y sus velocidades cambiar. Empezamos a correr mas rápido.

- ¡Giren acá! - dijo Lucho, que se conocía todo el colegio de memoria. Pero yo me confundí de lado. Ellos giraron a la izquierda y yo a la derecha. El miedo me paralizo, espere la picadura quieto. Asumí mi final. Pero nada ocurrió. Mire para atrás. Nada. Ni un solo alacrán. A mí no me siguieron. Fue entonces cuando me di cuenta que dejé solos a mis amigos, y fui corriendo hacia donde habían ido ellos. Corrí haciendo ruido y agitando mi linterna, pero ningún alacrán vino a mí. Cuando encontré a los chicos estaban subidos a una mesa, encerrados entre una pared y lo que parecían ser 30 alacranes. 

-Juan, dame la pala si no vas a hacer nada. - Dijo Lucho, pero Juan no podía reaccionar. Estaba tieso como una piedra aferrado tan fuerte a la pala que sus manos estaban rojas. 

-Juan, ¡hace algo! - Lucho estaba visiblemente desesperado, intentando sacarle la pala a Juan sin ningún tipo de suerte. -¡por una vez en tu vida, hace algo!- seguía gritando Lucho, creo que buscaba hacerlo reaccionar. 

Avance, pise un alacrán con la esperanza de que me empezara a seguir a mi, de salvar a mis amigos. Nada. Era como si no existiera para ellos. Los empecé a pisar, pero eran muchos. No llegue. Hasta hoy los extraño. Hasta hoy me siento culpable.

 


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